LOS AVATARES DE SU LEGADO La intriga que puso los papeles privados de Pizarnik a salvo de la dictadura y de manos rápidas, contada por primera vez por una de sus protagonistas, amiga y editora de sus obras completas.
ANA BECCIU
A los pocos días de la muerte de Alejandra Pizarnik, su madre, Rosa Bromiker, nos pidió a Olga Orozco y a mí que nos ocupáramos de reunir los papeles y textos que Alejandra había dejado en su departamento de la calle Montevideo. Trabajamos allí durante varios meses, escoltadas por la poeta Elvira Orphée, que comprendió enseguida la importancia de preservar aquellos documentos. Suya fue la idea de depositarlos en el estudio de un abogado. Y también, la idea de sacarlos de aquel estudio —y llevarlos a casa de Olga— cuando tuvo el pálpito de que allí no estaban seguros.
Durante varios meses, Olga y yo acudimos diariamente a la calle Montevideo para ordenar carpetas y cuadernos, y para mecanografiar manuscritos, papeles y papelitos que estaban muy bien ordenados en los anaqueles de la parte inferior de la biblioteca, metidos en cajoncitos y ficheros: todo perfectamente etiquetado y dispuesto. Alejandra era ordenadísima con su obra y su correspondencia. Para finales de 1972 habíamos conseguido armar un libro con el material inédito, y se lo entregamos a Sudamericana. Su dueño, López Llausás, nos había prometido que editaría toda la obra de Alejandra.
Pero pasaron cuatro años y no lo hizo. Llegó 1976, estalló el golpe militar. Y nosotras nos preguntamos qué hacer con todos aquellos cuadernos. Olga escribío a Julio Cortázar a París, y él nos aconsejó que los sacáramos del país y se los lleváramos para que él pudiera depositarlos en una institución segura. Yo salí de Argentina en mayo de 1976, pero no pude llevármelos conmigo. Eran demasiado voluminosos y pesados para transportarlos por avión y en las condiciones precarias de mi viaje. Olga mantuvo los documentos en su casa hasta que en 1977, Martha Moia, que había estado muy unida a Alejandra en los últimos años, los sacó en barco y en dos enormes sacos. Olga había entregado a Martha Moia la totalidad de los papeles, es decir, todos los manuscritos y los diarios. Sin embargo, cuando nos encontramos en Barcelona —yo acudí a la cita acompañada de la poeta Ana María Moix (ver su texto en pág. 4) a la que entonces ya me unía una gran amistad que hoy perdura— Martha me entregó sólo uno de los sacos, pues el otro se lo “iba a quedar ella”. Así fue hasta que, en 1984, accedió a entregarle aquellos cuadernos a Cortázar en París.
…En 1999, cuando de común acuerdo con Myriam Pizarnik, hermana de Alejandra, se depositaron en la biblioteca de la universidad de Princeton, en EE.UU., inaugurando así el Archivo Alejandra Pizarnik.
Hubo que esperar a las Malvinas y la presidencia de Alfonsín para que Sudamericana publicara Textos de Sombra y últimos poemas, la recopilación de inéditos de Pizarnik que habíamos preparado diez años antes. Pero la prisa, el límite de páginas impuesto por la editorial, y nuestro miedo a que ésta cambiara de idea, habían dejado mucho material en el tintero. Pasaban los años y yo no conseguía interesar a los editores españoles en los diarios y los papeles que seguíamos custodiando Aurora y yo, con la inquietud siempre de que nos “pasara” algo y aquello se perdiera. Ambas sabíamos que era fundamental conseguir una edición correcta que hiciera justicia a la importancia de Pizarnik, a su personalidad artística que no dejaba de crecer con las lecturas dentro y fuera de la Argentina.
……. “Sólo se tardaron veinticinco años”, comentó Ana María con su proverbial sentido del humor el día del año 2000 en que salió Poesía completa en España. Dos años después llegó la Prosa. Y el año próximo les tocará el turno a los Diarios.
Ver cumplida la tarea de recopilar la poesía y la prosa, hoy al alcance de los lectores latinoamericanos y españoles significa una gran satisfacción. Mi labor ha sido meramente compiladora. La colaboración de Olga Orozco fue esencial desde el principio: fue ella quien me mostró la importancia de no alterar el orden en que Alejandra había dejado las carpetas y cuadernos y la necesidad de inventariar todo para que los años no nos hicieran perder este o aquel papel. Y de conservar el más ínfimo papelito. Lo primero que Olga hizo en la calle Montevideo fue copiar a máquina lo que Alejandra había dejado escrito en su pizarrón: era el último texto en el que trabajaba.
Argentina y residente en España, Becciú es poeta y traductora. Ha publicado, entre otros, Como quien acecha y Ronda de noche. (Suplemento Ñ, diario Clarin-14/09/02)
Sos vos? Te ando buscando en la web y no te encuentro. Dame coordenadas
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